viernes, 14 de diciembre de 2007
Ya no aguanto más!
Hay cosas que puedo soportar, aunque con mucho esfuerzo. Por ejemplo, el hecho de que desde hace dos semanas duermo en promedio cuatro horas diarias, o el hecho de que comer se ha convertido para mí en algo circunstancial; cuando puedo, tengo tiempo o me acuerdo, lo hago. Pero hay algo que ya no soporto más. Estoy cansada, fastidiada y obstinada de electrocutarme absolutamente todo el tiempo. No lo soporto!
Yo desde hace tiempo sé que algo pasa conmigo. De eso pueden hablar mejor y con total propiedad mis amigos. Ellos me dicen que estoy loca, pero no loca que come jabón, o loca irresponsable, sino loca que hace y dice cosas sin sentido, loca que mete miedo porque a veces Verónica sale y hace cosas absurdas.
Bien, yo eso no lo discuto. Yo creo que es así (debo decir que una de las cosas que más me divierte es asustar a la gente, jeje). Pero de ahí a que el desequilibrio empiece a tener síntomas físicos, y que esos síntomas me provoquen descargas eléctricas “n” cantidad de veces al día, no me la calo.
No exagero cuando digo que me electrocuto CADA VEZ que abro una puerta. Con decir que la puerta de mi carro la cierro de una patada, porque, bueno, no quiero electrocutarme. Además, le vivo pegando corriente a todas las personas que me tocan o que yo toco, ya la cosa se ha vuelto un chiste en mi salón. Hoy no pude editar mi película a la velocidad que quería porque cada vez que tocaba la moviola, pegaba un grito. Pero no es sólo eso. CADA VEZ que camino frente a tiendas (no que entro a una tienda, sino que le paso por el frente), activo las alarmas. Pana, qué demonios me pasa? O sea, se podrán imaginar la situación cuando estoy en un centro comercial. Es un festival de alarmas que se disparan a medida que voy caminando. Y bueno, para mí una de las cosas cumbres ocurrió hace poco cuando estaba montada en una caminadora haciendo ejercicios. Moví mis manos y rocé las placas de metal en donde uno coloca las manos para medirse el pulso. No, vale...mejor que no. No solamente el corrientazo vino acompañando de tremendo chispazo, sino que la máquina se apagó!!!! Se apagó! La apagué! What the hell! O sea, cómo yo voy a apagar una bicha tan grande y potente sólo con ROZAR una parte de metal.
Me preguntan que si ando estresada, nerviosa, preocupada...Bueno, quién no lo está? Todo el mundo tiene estrés, preocupaciones y yada, yada. Quisiera saber qué sucede conmigo. Y más que todo, quisiera saber qué hago para acabar con esto. No quisiera andar electrocutando a nadie, ni quisiera andar pegando gritos o brincos en la calle como una loca...bueh...
lunes, 10 de diciembre de 2007
Zara y John
Zara se encontró de pronto en ese viejo muelle donde iba cuando era niña. No sabía cómo había llegado ahí, pero ahí estaba. Su cabello suelto se movía constantemente por el frío viento; sus labios temblaban al igual que sus piernas; sus verdes ojos lloraban involuntariamente. Zara bajó la mirada, sus muñecas estaban vendadas. Lentamente retiró las vendas y pudo ver las marcas que dejó en ella uno de los días más tristes de su vida.
De pronto empezó a recordar otros momentos, momentos felices. Él siempre la hacía sonreir, siempre la hacía ver el mundo de colores, siempre le cantaba, siempre la abrazaba en las noches, siempre respiraba su aliento. Cuando estaban juntos todo era como de mentira, todo era perfecto. El amor de John por Zara era distinto. No siempre le decía que la amaba pero podía dar su vida por ella en cualquier momento sin pensarlo. Ella sentía que cuando estaba con él nada malo podría pasarle. Sabía que nadie la cuidaría y la protegería como él. Podían pasar una noche entera hablando de cualquier cosa, o una noche entera contemplándose sin decir una palabra. Zara recordaba sus paseos a ese lugar que sólo ellos conocían. Ese lugar en medio de la playa y de las montañas. Ese lugar oscuro en medio del sol. Ese lugar en donde nadie los veía, pero ellos veían a todos.
Zara siente con sus dedos sus cicatrices que aún duelen. Eleva la mirada, ve a su alrededor y se encuentra perdida. Ya no sabe dónde está. El viejo muelle parece haberse desvanecido. El frío arrecia y ella sólo tiene un ligero abrigo. Ella lo necesita, pero no sabe dónde encontrarlo. Empieza a correr sin rumbo. Las miradas de los desconocidos a su alrededor la condenan. Se siente extraviada.
De pronto ve ese edificio blanco y sin saber porqué decide entrar. Como si algo o alguien la estuviera guiando, Zara sube apresuradamente las escaleras hasta el piso 7. De nuevo se encuentra con todos esos hombres de traje blanco y esas mujeres uniformadas que la saludan, pero ella no sabe quiénes son. Zara se oculta en una de las esquinas de este frío edificio que parece conocer a la perfección, pero no logra recordar. Se lleva las manos a la cabeza y trata de pensar sólo en su rostro...Dónde está John? Qué hace ella aquí? Por qué está ahí?
Abre los ojos y se levanta con la certeza de que lo verá en pocos segundos, aunque no supiera dónde estaba. Da unos pocos pasos y se encuentra con esa puerta que parece atraerla con una fuerza inexplicable. Poco a poco acerca su mano y la empuja. Zara está adentro. Ahora todo es diferente. En un segundo sabe que su habitación era la 714. Decide entrar, pero ya no es ella la que está acostada, conectada a una máquina que la mantiene con vida. Ahora es otra persona. Otra historia. Otro sufrimiento.
Lentamente cierra la puerta e inmediatamente mira hacia su derecha. La puerta de la habitación 715 está abierta. Zara entra lentamente sabiendo que en el interior lo encontrará. Y lo encontró. John está acostado, al lado de una máquina igual a la que ella tenía. Se le acerca y toma su mano. En ese momento se da cuenta. En ese momento lo sabe. Siempre estuvieron uno al lado del otro y aunque siempre sus ojos cerrados estaban, ellos se veían todo el día, todos los días. Hasta que ella despertó...y ahora era ella quien lo veía.
“Gracias”, le susurra Zara a John al oído. John abre los ojos, haciendo un gran esfuerzo le sonríe y los vuelve a cerrar. Ella sale de la habitación y deja la puerta como la encontró.
Zara camina por el largo, silencioso y congelado pasillo de este edificio, ahora un poco más calmada, aunque inmensamente triste. A la distancia escucha alarmas en la habitación de John. Hombres y mujeres entran. No pueden salvarlo, él ya puede irse.
John y Zara fueron felices en medio de cuatro paredes. Nunca se vieron, pero siempre se vieron. Nunca se tocaron, pero hicieron el amor todos los días. Nunca se levantaron al mismo tiempo, pero caminaban tomados de la mano por los rincones más hermosos, y siempre tenían un lugar oscuro en medio del sol para ocultarse del mundo.
martes, 4 de diciembre de 2007
El salto
"Y cómo es?", le pregunté.
"Mejor que el sexo", me respondió.
Entonces pensé que todos deberíamos hacerlo.
"Mejor que el sexo", me respondió.
Entonces pensé que todos deberíamos hacerlo.
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