Estoy en el aeropuerto de Maiquetía, esperando mi hora de embarque. Mis días en Venezuela transcurren con una rapidez impresionante. Estoy en esta computadora, a mi derecha tengo tres aviones y mientras tanto pienso en lo bajo que hemos caído como país. Recuerdo que hace pocos minutos estuve parada 30 minutos en una cola, esperando a que los trabajadores de la aerolínea les diera la gana de empezar a chequear a los pasajeros. El hecho de que la fila fuera cada vez más y más larga, no les afectaba en lo más mínimo. Ellos tenían su pequeña reunión particular, hablaban, reían, se estiraban, luego volteaban, veían la fila de pasajeros que esperábamos el chequeo y decían: “en un ratico los chequeamos”. Porque una vez más, la gente en este país cree que cuando trabajan te hacen un favor.
Pienso en que hace un poco menos de dos semanas me desperté a las 6 de la mañana para darme cuenta de que a mi carro le habían reventado uno de los vidrios de pasajeros y le habían robado la batería. Pienso en que en Maracay en muchacho de 25 años fue asesinado de un tiro en el ojo porque no le dio paso a un carro, cosa que no le dejó otra opción al otro conductor sino sacar una pistola y matarlo.
Dios…¿en qué se ha convertido Venezuela?
El fin de semana pasado fui a La Colonia Tovar y la subida de El Junquito da pena, dolor y sobre todo miedo. ¡Qué bajo hemos caído! No es sólo la basura, no es sólo la pobreza extrema, lo más grave de todo es lo que el venezolano tiene dentro de la cabeza. Cayó la noche y por supuesto no hay ni un poste de luz en la carretera, ¡ni uno!, todos los ojos de gato se los han robado, ¡qué precariedad! Siento pena por este país, siento pena por la gente que empieza el día pendiente de dónde va a comprar la caja de cerveza, pena por la gente que no tiene la decencia de responder un “Buenos Días”, para eso no hace falta ir a la universidad.
La verdad es que me siento mal. Qué dolor ver cómo Venezuela cae al vacío.
lunes, 30 de junio de 2008
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