viernes, 3 de septiembre de 2010

Todo cambia.

Que todo cambia. Que me fui y regresé. Que soy una malagradecida con mi blog, que lo olvidé, a pesar de todo lo que él a hecho por mí. Que volví y que todo cambia. Así.

Que estoy casada y eso me sorprende cada día. Siento que vivo con mi novio, un novio con quien me muero de risa todos los días, un novio con quien salgo a derretirme en las calles de New York, un novio con quien como en restaurantes italianos, un novio con quien tomo vino, un novio a quien le doy hollywood kisses en el medio de la calle con un saxofón de fondo, un novio con quien salgo a correr, un novio que me abraza todas las noches y así se queda dormido. Yo estaré casada, pero sigo teniendo un novio.

No me siento señora. Gracias a Dios no me siento señora. Estoy en una categoría un tanto extraña: soy una chama casada que sigue odiando a las tipas que piensan que si no se casan, no tendrán vida. Sigo odiando a las tipas que piensan que porque ya se casaron no tienen que estudiar más, no tienen que preocuparse por verse bien, o que ya no tienen que utilizar el cerebro (si es que alguna vez lo tuvieron).

Extraño a San Francisco. Viví ahí por tres años y extraño sus calles, su todo. Pero no me quejo. Me mudé de costa. Hice un viaje cross-country maravilloso con mi esposo. Manejamos por cinco días. Y ahora escribo desde el otro lado. Escribo desde New York. Como dije, todo cambia.

Ayer en la noche llegué a la casa y el correo había llegado. Había un sobre para mí. Lo abrí y vi ahí el producto de tres años de dedicación y trabajo. Lo vi y pensé: no me voy a montar unos cocos, ni a acostarme con nadie para conseguir lo que quiero.