lunes, 15 de octubre de 2007

“Ya vengo, voy un momento al supermercado”

Decir eso y cumplirlo son dos cosas que me resulta imposible realizar. Vivir sola ha sido una experiencia que me ha cambiado. Algunos dicen que he madurado, otros que me he vuelto más responsable y otros que me he convertido en una persona más fría, más calculadora. Yo creo que los últimos aún no me conocen bien.

Inevitablemente una de las consecuencias de vivir solo es tener que hacer cosas solo, como por ejemplo, el mercado. Pero hacer mercado en Venezuela me resulta a mí una experiencia totalmente distinta a hacer mercado en el país pionero del consumismo. Es agradable, por supuesto, entrar en un espacio civilizado, ordenado, limpio, que huele bien, donde nada está ni siquiera en la primera fase de proceso de descomposición. ¿A quién no le gusta comprar comida que no esté descompuesta?

Llego con mi pequeña lista, nunca compro demasiadas cosas, y empiezo la búsqueda. Luego de aproximadamente veinte minutos empiezo a sentirme algo confundida. Hay muchos pasillos y además larguísimos. Tengo que caminar demasiado para conseguir lo que necesito y siempre hay cosas que en el medio me distraen. Hay mucho de todo, todo se ve bien, todo llama la atención. Ya a la media hora me olvidé completamente de mi lista y estoy viendo cosas que realmente no necesito.

¿Por qué? ¿Por qué hacen tanto de todo y tan bien? Yo soy algo débil en este sentido, debo admitirlo. Hay cosas que no importa la cantidad que tenga, no puedo dejar de ver y la mayoría de las veces comprar: cremas para la cara y cualquier producto que tenga escrito en algún lugar “vitamina E”, “anti-arrugas”, “hidratante” o “efecto lifting” (tengo 26 y me cuido la cara desde los 15, espero que tenga algún efecto a mi favor en el futuro); productos (comidas o bebidas) bajos en grasas o carbohidratos (que para nada es lo mismo); bufandas; soundtracks y ropa interior.

Estoy llegando en este momento de Lucky, una nueva cadena de supermercados en San Francisco y por lo menos tengo el doble de las cosas que necesitaba.

Un minúsculo ejemplo de esta situación es comprar refrescos. “Mira, cómprame un refresco ahí”. No. Eso no funciona aquí. Hay una inmensa variedad de opciones. Veamos el caso de la Pepsi Cola. No sólo existe la Pepsi regular, sino que también hay: Diet Pepsi, Diet Lime Pepsi, Diet Caffeine Free Pepsi, Vanilla Pepsi, Diet Vanilla Pepsi, Wild Cherry Pepsi, Wild Cherry Diet Pepsi y unas nuevas que me quedé loca: Jazz Pepsi (que incluye los sabores: Straberries and Cream - asco -, Black Cherry and French Vanilla – asco – y Caramel Cream Cola...ascooooo) y el otro nuevo sabor: Diet Pepsi Max Invigorating, con vitaminas y minerales...qué miedo.

Y así es con todo. Es muy difícil. Me confundo, me desoriento, no sé qué quiero, no sé dónde estoy. Siento que el supermercado es un monstruo que me domina...que cierra a las tres de la mañana. Parece increíble pero yo he ido a hacer mercado a las dos de la madrugada...y al banco también.

2 comentarios:

Manuel De Oliveira dijo...

Lo viví hace unas semanas...

Me gasté 125 dólares en un "mercadito". Pf!

PD: Aunt Jemima's Original Syrup me tiene enviciado

Anónimo dijo...

Chama yo soy igualita, me pasa exactamente lo mismo, entonces cuando llego a mi casa me pregunto para qué compré todo eso...pobre tarjeta de crédito :=)